Hoy es primero de mayo del dos mil doce, hoy muchos
trabajadores estarán festejando el día del trabajo; sin embargo, me detendré un
momento para recordar a ese grupo de trabajadores de Chicago, que despertaron
un primero de mayo, como hoy, pensando que era el día en que se iniciaba su
lucha por el reconocimiento de su dignidad como seres humanos. Eran años en que
el Derecho del Trabajo era incipiente, eran años en que los derechos laborales no
existían.
La lucha de estos trabajadores fue por la jornada
de ocho horas, fue por su derecho humano al disfrute del tiempo libre y al descanso;
en una época donde habían jornadas diarias
de 10 y 12 horas, y que podían llegar a ser de 18 horas diarias, de las cuales tampoco
estaban excluidos los niños, ni las mujeres a quienes se les pagaban salarios
inferiores. Fue en el año de 1886, en que la Federation of Organized Trades and Labor Unions, inicia una Huelga
General en todo EEUU, protestas que tuvieron
como respuesta a una brutal represión policíaca, pero aun así las protestas continuaron
los días 2 y 3 de mayo, y fueron multitudinarias.
Sin
embargo, el día 4 de mayo, en un evento de protesta en Haymarket Square, el estallido de artefacto explosivo mató a un
oficial de policía y produjo heridas en otros. Este acto motivo que la policía
abra fuego sobre la multitud, matando e hiriendo a un número desconocido de
trabajadores.
Luego de
este incidente, la represión se agudizo y se detuvo a Oscar
Neebe, George Engel, Michael Schwab, Louis Lingg, Samuel Fielden, Adolf
Fischer, Albert Parsons, y August Spies. Los tres primeros fueron
condenados a prisión, el cuarto murió en su celda, mientras que los restantes
fueron condenados a muerte. Siendo ahorcados 11 de noviembre de 1887, reportando
José martí, tal evento, de la siguiente manera: “Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia,
les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al
cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de
los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de
sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de
Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un
chiste a propósito de su capucha, Spies grita: ‘la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas
palabras pudiera yo decir ahora’. Les bajan las capuchas, luego una seña,
un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza
espantable”.
August Spies
tuvo razón, esa voz fue poderosa y la historia lo confirmó, la jornada de ocho
horas se convirtió en un derecho irrenunciable y reconocido por todo el mundo
occidental, pero además conllevó a que se reconocieran muchos más derechos a
los trabajadores. Sin embargo, en un mundo cambiante como este, surge la
necesidad de volver a reivindicar el derecho a un trabajo digno, y la misión
del Derecho del Trabajo ahora es interpretar este nuevo orden económico y
regularlo, y no esperar nuevamente otro primero de mayo de 1886, no esperar
nuevamente llegar tarde a la historia. La misión es crear un nuevo marco legal
-y en nuestro caso promulgar la Ley General del Trabajo- que busque
darle al trabajador no solo pan sino también dignidad. Hoy me desvelo
escribiendo estas líneas, hoy me desvelo y pienso que esos trabajadores de
Chicago nos dieron algo más que un feriado en el calendario, nos dieron la
posibilidad de pensar que un trabajo digno es posible.