Publiqué este post hace
un año pero sigue vigente para recordar a Oscar Neebe, George Engel, Michael Schwab, Louis Lingg, Samuel Fielden, Adolf Fischer, Albert Parsons, y August Spies, los mártires de Chicago.
Me
detendré un momento para recordar a ese grupo de trabajadores de Chicago, que
despertaron un primero de mayo, como hoy, pensando que era el día en que se
iniciaba su lucha por el reconocimiento de su dignidad como seres humanos. Eran
años en que el Derecho del Trabajo era incipiente, eran años en que los
derechos laborales no existían.
La
lucha de estos trabajadores fue por la jornada de ocho horas, fue por su
derecho humano al disfrute del tiempo libre y al descanso; en una época donde
habían jornadas diarias de 10 y 12 horas, y que podían llegar a ser de 18 horas
diarias, de las cuales tampoco estaban excluidos mujeres y niños, a quienes se
les pagaban salarios inferiores. Fue en el año de 1886, en que la Federation of
Organized Trades and Labor Unions, inicia una Huelga General en todo
EEUU, protestas que tuvieron como respuesta a una brutal represión
policíaca, pero aun así las protestas continuaron los días 2 y 3 de mayo, y
fueron multitudinarias.
Sin
embargo, el día 4 de mayo, en un evento de protesta en Haymarket Square, el
estallido de artefacto explosivo mató a un oficial de policía y produjo heridas
en otros. Este acto motivo que la policía abra fuego sobre la multitud, matando
e hiriendo a un número desconocido de trabajadores.
Luego
de este incidente, la represión se agudizo y se detuvo a Oscar Neebe,
George Engel, Michael Schwab, Louis Lingg, Samuel Fielden, Adolf Fischer,
Albert Parsons, y August Spies. Los tres primeros fueron condenados a prisión,
el cuarto murió en su celda, mientras que los restantes fueron condenados a
muerte. Siendo ahorcados 11 de noviembre de 1887, reportando José martí, tal
evento, de la siguiente manera: “Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen.
Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les
ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca
como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia,
sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en
el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel
hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: ‘la voz que vais a
sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir
ahora’. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los
cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable”.
August
Spies tuvo razón, esa voz fue poderosa y la historia lo confirmó, la jornada de
ocho horas se convirtió en un derecho irrenunciable y reconocido por todo el
mundo occidental, pero además conllevó a que se reconocieran muchos más
derechos a los trabajadores. Sin embargo, en un mundo cambiante como este,
surge la necesidad de volver a reivindicar el derecho a un trabajo digno, y la
misión del Derecho del Trabajo ahora es interpretar este nuevo orden económico
y regularlo, y no esperar nuevamente otro primero de mayo de 1886, no esperar
nuevamente llegar tarde a la historia. La misión es crear un nuevo marco legal
-y en nuestro caso promulgar la Ley General del Trabajo- que busque darle al
trabajador no solo pan sino también dignidad. Hoy me desvelo escribiendo estas
líneas, hoy me desvelo y pienso que esos trabajadores de Chicago nos dieron
algo más que un feriado en el calendario, nos dieron la posibilidad de pensar
que un trabajo digno es posible.